HISTORIA DE LA FORJA

Artículo publicado el  22 agosto 2018 por Himagon Artesanía

Dicen que es importante conocer la historia para aprender de los aciertos y cómo no de los errores cometidos. Eso es lo que vamos a tratar en esta entrada, un poco de historia, y es que creemos que es interesante saber y dar a conocer el origen y desarrollo de la profesión.

Lo primero es saber qué es esto de la forja. Pues bien, la forja no es más que un proceso por el cuál se le da forma al hierro y a otros materiales maleables golpeándolos o troquelándolos, después de hacerlos dúctiles mediante la aplicación de calor. Esta técnica es muy útil, porque además de moldear el hierro a nuestro antojo, hace que mejore la estructura del mismo. El metal forjado es más fuerte y muestra mayor resistencia a la fatiga y a los impactos que el hierro fundido.

Una vez sabemos esto, podemos empezar a imaginar la importancia de esta técnica a lo largo de la historia, y por qué a día de hoy se sigue utilizando a pesar de todas las tecnologías que han ido apareciendo. Pero, ¿cuándo surgió? ¿qué civilizaciones la utilizaron? ¿cómo ha evolucionado hasta nuestros días? Empecemos por el principio…

No se conoce con exactitud la fecha en la que se descubrió la técnica de fundir mineral de hierro para formar un metal susceptible de ser utilizado. Los primeros utensilios de hierro descubiertos hasta el momento, datan del año 3000 a.C. y como no podía ser de otra manera, pertenecían a una de las civilizaciones más avanzadas, enigmáticas e interesantes de la historia: los egipcios. Además se sabe que antes de esa época ya se usaban adornos de hierro.

 

 

Las primeras referencias escritas sobre la forja podemos encontrarlas en el Génesis (“Tubalcan fue artífice de trabajos de martillo y toda obra de cobre y hierro”), lo que sitúa en el año 3130 a.C. esta mención directa a la forja. La Biblia nos ofrece numerosas menciones al hierro; Moisés a los israelitas al partir hacia tierra prometida: “..tierra en la cual no comerás el pan con escasez y no te faltará nada, tierra en la que sus piedras son de hierro y de sus montes cortarás el metal…”. Estas referencias empiezan a darnos a conocer la importancia de la forja en la historia. En el Libro de Jeremías se afirma que ningún soberano se atrevía a salir de conquista sin llevarse a un grupo de herreros. También se dice que Nabucodonosor, para tomar Jerusalén, se llevó cautivos al Rey Joaquín, a diez mil hombres y a todos los obreros especializados en trabajos de hierro.

 

 

 

Un poco más adelante en el tiempo, los griegos, hacia el año 1000 a.C. también conocían la técnica, de cierta complejidad, para endurecer armas de hierro mediante el tratamiento con calor. Y para los romanos, el hierro era fundamental. Tenían un conocimiento profundo sobre el metal: procesos de obtención, formas de trabajo (heredadas de los griegos, y estos a su vez de los egipcios), calidad según procedencia… De cada sitio conquistado se llevaban todo el hierro que encontraban y a todos los artesanos de este metal. Tanta era la importancia para ellos, que con la decadencia del Imperio Romano se empezaron a quedar sin materia prima, y recurrieron a refundir esculturas, rejas y trabajos de metalurgia para conseguir material con el que fabricar armas y defender el Imperio. Tanta era la necesidad que fundieron incluso una moneda que utilizaba la clase baja, consistentes en unos aros de hierro.

 

 

En la Edad Media era cada vez mayor la demanda de aplicaciones de hierro (sobre todo armas y armaduras debido a las continuas guerras) tanto fue así, que empezaron a surgir especialistas que conseguían mayor precisión y calidad. Algunos en la construcción de armas, otros en rejas, soportes y elementos de apoyo a la construcción, herraje de animales, carruajes, etc.

 

 

El oficio de forjador, fue evolucionando hasta el inicio de la Revolución Industrial, donde se empezó a requerir mayor producción con menor coste. Esto produjo que algunos talleres cambiaran su sistema de trabajo para adaptarse a unas necesidades menos artesanales, otros sin embargo, siguieron fieles a las técnicas tradicionales.
Discípulos de los discípulos de los que no cambiaron sus técnicas, son los que han llegado hasta nuestros días.