Antecedentes

El Mercado Central de Valencia está rodeado de cuatro calles: por la plaza del Mercado se enfrenta con la Lonja de la Seda, por la calle Vieja de la Paja con la iglesia de los Santos Juanes, y la unión de las calles de las Calabazas con la Plaza de la ciudad de las Brujas, forman el inicio de la Avenida del Oeste, y con las calles En Gall y Palafox, finaliza el cerco al mercado. El solar presenta una forma irregular, de más de 8.000 metros cuadrados, adaptándose la geometría que ocupaban más de 40 viviendas y dos conventos que fueron demolidos, pero… ¿por qué se decidió construir allí un mercado?

Se comenta que en el siglo XIII, cerca pero fuera de la muralla árabe, los jueves se realizaba una feria, y que poco a poco fue adquiriendo protagonismo hasta convertirse en un mercadillo diario, y más aún cuando en 1356 se ejecutó la muralla cristiana quedando dentro de ésta. Y así perduró durante largo tiempo, como un mercado formado por tenderetes compuestos de lonas que se montaban y desmontaban todos los días.

Por el auge poblacional y la desamortización de Mendizábal en 1838, se demolió el Convento de la Magdalenas, y se ocupó por la ampliación de un Mercado Nuevo, pero seguía estando a la intemperie cubriéndose solamente por toldos, por lo que era necesaria la protección de los alimentos por motivos de higiene. Así que el Ayuntamiento de Valencia empezó a estudiar la posibilidad de la construcción de un mercado cubierto siendo el primer proyecto que ganó un concurso el de Adolfo Morales de los Ríos y Luis Ferreres Soler en 1883, aunque no llegó a ejecutarse. El siguiente concurso, en 1910, fue ganado por dos arquitectos catalanes influenciados por el diseño modernista de Domenech y Montaner: Francisco Guardia Vial (Barcelona 1880-1940) y Alejandro Soler March (Barcelona 1874-1949).

Estos arquitectos decidieron no aceptar la dirección de la obra, que finalmente fue ejecutada por el arquitecto valenciano Enrique Viedma Vidal (Valencia 1889-1959), prestigioso proyectista por realizar el diseño de la “Finca Roja de Valencia”.

Las obras se iniciaron en 1910 y se inauguró el 23 de enero de 1929 por Alfonso XIII, que reinó desde el 17 de mayo 1886 (día de su nacimiento) hasta el 14 de abril de 1931.

El edificio

El edificio es de estilo modernista con pinceladas neogóticas. A principios del siglo XX, se convirtió en uno de los edificios más emblemáticos de Valencia, estando ésta rodeada de huerta.

Su estructura es fundamentalmente de hierro, como son la estación del Norte y el mercado de Colón. El sótano dispone de pilares y arcos de ladrillo. Y los muros no tienen función estructural, sino de cerramiento.

Para adaptarse a la planta, se tubo que realizar un complejo sistema de cubiertas con distintas alturas e inclinaciones, dejando una gran cúpula en el centro coronada por una veleta. La estructura de ésta está compuesta por vigas y mallas metálicas por lo que ha permitido que sea de grandes dimensiones, elevándose 30 metros sobre el nivel del suelo.

Su exterior está decorado con cerámica, hierro y vidrio: Los zócalos cerámicos consiguen, junto con el hierro, una singular característica del modernismo valenciano. Mientras que las vidrieras están decoradas con los colores de la señera valenciana.

Al entrar en la planta baja se tiene la sensación de encontrarse bajo una estructura liviana y resistente constituida por hierro forjado, tanto en los soportes como en techo, dejando grandes espacios para la entrada de luz por las vidrieras.

 

En la actualidad

El Mercado Central ha mantenido su idiosincrasia desde que fue construido, siguiendo con la venta de alimentos para uso doméstico y restaurantes. Existiendo aproximadamente 900 pequeños puestos de venta de pescado, marisco, carne, embutidos, frutas, y verduras.

La planta sótano está destinada para la carga y descarga de mercancías.

Está considerado como el mayor centro de Europa dedicado a la venta de productos frescos, siendo además uno de los más antiguos, por lo que está considerado como “Bien de Interés Cultural” según la Ley de Patrimonio Histórico Español.

Anécdotas

  1. Vicente Blasco Ibañez en su novela “Arroz y Tartana”, hace referencia a una leyenda que circulaba por el Mercado:

“…En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella. Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y le conducían a Valencia para «hacer suerte», o, más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.

El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de Las Tres Coronas, esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel; y el padre y el hijo, con traje de pana deslustrado en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna preguntando si necesitaban un criadico.

Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico, entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.

Vagaban padre e hijo, aturdidos por el ruido de la venta, estrujados por los codazos de la muchedumbre, e insensiblemente, atraídos por una fuerza misteriosa, iban a detenerse en la escalinata de la Lonja, frente a la famosa fachada de los Santos Juanes. La original veleta, el famoso Pardalot, giraba majestuosamente.

—¡Mia, chiquio, qué pájaro!… ¡Cómo se menea!… —decía el padre.

Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna.

El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase bajo su protección al abandonado y le metiese en su casa, aunque no le faltase criadico.

La miseria del lugar, la abundancia de hijos y, sobre todo, la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos. Ir a Valencia era seguir el camino de la riqueza, y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve, junto a los humeantes leños, sonando en sus oídos como el de un paraíso, donde las onzas y los duros rodaban por las calles, bastando agacharse para cogerlos.

El que iba allá abajo se hacía rico; si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre. Los que habían emprendido el viaje para morir en un hospital, vegetar toda la vida como dependientes de corto sueldo o sentar plaza en el ejército de Cuba, ésos no eran tenidos en cuenta.

Al hacer la estadística de los abandonados ante la velada de San Juan, don Eugenio García, fundador de la tienda de Las Tres Rosas, figuraba en primera línea…”.

 

 

  1. El cocodrilo del Mercado Central.

A la hora de cerrar, algunos vendedores que quedaban arreglando sus paradas, escuchaban ruidos y rugidos que provenían de los sótanos del mercado. Nadie se atrevía a investigar qué podría producir aquellos misteriosos ruidos, pero lo bien cierto es que la cultura popular empezó a comentar que allí abajo habitaba un cocodrilo y que lo tenían encerrado allí. Incluso hay quien lo llegó a ver. La verdad es que nunca hubo cocodrilo alguno, a no ser que fuera algunos de los ninots de la exposición que durante años se instaló en los sótanos del Mercado Central.

 

  1. Sobre la “Cotorra del Mercat” y el “Pardal de Sant Joan”.

La “Cotorra del Mercat” es la veleta que se sitúa sobre la cúpula del mercado, mientras que “El Pardal de Sant Joan” es la veleta de la Iglesia de los Santos Juanes, ubicándose los dos juntos, solamente separados por la calle Vieja de la Paja.

Pues según se decía, la Cotorra hacía alusión a los chimes y cotilleos que suelen ser normales en los mercados, por la contraposición a la alusión espiritual de la veleta de la Iglesia.

 

  1. En el Mercado Central fue ahorcada la última víctima de la Inquisición española por el llamado delito de herejía: Cayetano Antonio Ripoll. (Artículo El Pais. 11/nov/2016).

Según la Wikipedia, Cayetano Antonio Ripoll (Solsona, 1778 – Valencia, 1826) fue maestro de escuela en Valencia. Acusado de no creer en los dogmas católicos, fue condenado a muerte por hereje en Valencia y ahorcado el 31 de julio de 1826. Se ha afirmado que fue la última víctima de la Inquisición española, aunque no fue condenado por el Santo Oficio (porque en 1826 no existía, ya que no había sido restablecido por Fernando VII tras el fin del Trienio Liberal), sino por la Junta de Fe de la diócesis de Valencia, que había sido creada por el arzobispo Simón López para que ejerciera las funciones del extinguido tribunal. El proceso y ejecución de Cayetano Ripoll causó un gran escándalo en toda Europa, aunque en España quedó casi oculto debido a la censura de la prensa.